Vuelta al cole, pongámonos «académicos» y literarios inspirándonos en uno de los especialistas más importantes en mitología de nuestro tiempo: el ensayista y editor Roberto Calasso, pilar de mi devocionario.
El conocimiento puede hacerse no sólo con ciencia, también con historias.-Roberto Calasso
El hombre, al observar el cielo, ha creído encontrar un lenguaje y ver narrada una historia. Este lenguaje escrito por estrellas y planetas en la bóveda celeste es el lenguaje primordial con el que se ha construido el pensamiento religioso, común a la mayoría de las culturas. La concepción religiosa del hombre antiguo partía del sencillo principio de que el cielo influía en la tierra: en las estrellas y en sus movimientos percibía ciertos patrones: reconocer, imitar y honrar esos patrones constituía la esencia de la práctica religiosa, una forma de homeostasis o existencia armónica.
En la actualidad este «lenguaje de las estrellas», que fuera tan fértil, es racionalizado con una frialdad desencantada. La astronomía moderna se maravilla ante la inmensidad y el misterio del universo pero explica las fuerzas que lo impulsan en términos puramente materiales y no cree que el cosmos tenga un significado: ciertamente no ve en el cielo un texto que pueda estar escribiendo o coescribiendo, a la manera de una estructura dramática o de un software arquetípico, nuestras vidas. La sensación predominante es la que expresa en un poema Octavio Paz: “Alcé la cara al cielo, / inmensa piedra de gastadas letras: / nada me revelaron las estrellas».
Aunque lo hayamos olvidado, el código que el hombre creyó observar hace miles de años en la rueda flamante del cielo, es el fundamento de nuestra cultura.
Aquello que le ocurre al Sol, a la Luna y a los planetas en el cielo se convierte en las historias que nos contamos y que vivimos, cifradas en símbolos. Las grandes historias son capaces de crear religiones que amalgaman a millones de personas.
La astroteología estudia la relación entre la religión y la astronomía. Se divulga en Internet una enorme cantidad de información que antes se consideraba esotérica, mucha de ella de poca fiabilidad, abundando la charlatanería, la manipulación y la paranoia. Pero dentro de ese denso follaje de información, la obra de Manly P. Hall es una especie de faro que permite acercarse con claridad a la filosofía oculta y al misterio religioso.
El gran erudito del esoterismo mundial solía dar charlas dentro de su fundación, la Philosophical Research Society: por fortuna muchas de estas conferencias fueron grabadas y están disponibles en Internet. Dentro de este tesoro de conocimiento se encuentra la serie de Astroteología en las que veremos cómo detrás de la mayoría de los mitos y de las historias religiosas -incluyendo las de los grandes monoteísmos- se esconde una descripción simbólica de un proceso astronómico. No sólo los dioses romanos y griegos son astros, la gran mayoría de los dioses en casi cualquier cultura están asociados a un planeta o a un cuerpo celeste.
(Información sintetizada a partir de un artículo de Alejandro Mar).
Y termino como empecé, con el gran Calasso*. Le preguntan en una entrevista reciente:
¿Cómo es el momento que vivimos hoy?
—Nos atormentan las imágenes por todos lados, nos bombardean, eso no es ninguna novedad pero, entender en el sentido mítico, lo que Nietzsche llamaba el «ojo mítico«, está muy poco presente hoy. Se perdió. Hay modos totalmente distintos de acercarse a una imagen y no creo que éste sea un momento particularmente feliz en este sentido.
La pérdida no es irreparable, alégrese conmigo señor Calasso. Somos unos cuantos los que amamos la Astrología, buen punto de partida para recuperar el finísimo hilo rojo que une a las generaciones con sus dioses.
*Según reseña el crítico Pietro Citati, el protagonista de Il cacciatore celeste (el nuevo libro de Roberto Calasso, Adephi, previsto en español para este año), es el hombre de las metamorfosis, al que Calasso acompaña en un viaje de 25 mil años, desde el Paleolítico y los mitos griegos de los orígenes, recogidos en los misterios eleusinos, Las metamorfosis de Ovidio y las Enéadas de Plotino. Ganassssss.